¡En Neumatodo te recomendamos un destino original para este fin de semana extralargo que coincide con el Día del Padre es ideal para escapadas dentro de la Provincia de Buenos Aires
Tener tu auto a punto es tan importante como tener opciones para disfrutarlo al máximo.
Miles de personas saldrán de la ciudad desde hoy en busca de experiencias inolvidables en este fin de semana extra largo. Es que la pandemia trajo consigo el nacimiento de un nuevo consumidor que sale a la exploración de caminos alternativos para ser el protagonista de su propia historia. Salir del radar de los puntos masivos y descubrir nuevos caminos. La clave en estos viajes es disfrutar de aromas y paisajes que no existen en la dinámica urbana.
La gastronomía campestre está en el centro de la escena. Pulperías y comedores de campo o ruteros son los más visitados. La razón es sencilla: durante siglos y décadas han mantenido su estructura sin modificaciones, y lo más importante, las recetas de sus platos siguen esa secuencia inalterable. De esta manera, es posible hallar aromas y sabores, señales de una época antigua que está vigente en nuestros días.
Modos de cocción, calidad de productos, y trabajo familiar y local es una fórmula que no tiene chances de fallar. Este fin de semana, donde además se festeja el Día del Padre, es una gran oportunidad para homenajearlo y llevarlo a recorrer caminos y pueblos de tierra adentro hasta finalizar la aventura en una mesa servida con platos típicos en donde la carne asada es una estrella con luz propia.
Acá, cinco comedores de campo que son emblema en sus pueblos.
Pueblo Escondido, en Uribelarrea
En la que fuera la primitiva carpintería de este pueblo, en una esquina solemne de 1904, con un parque de 1500 m², desde 2003, Pueblo Escondido ha sabido interpretar el gusto y las necesidades del aventurero que elige los pequeños pueblos para rastrear sabores genuinos que se alcanzan luego de un profundo rescate de saberes familiares.
Miguel Carello y Gabriel Narvaes hicieron alianza y reciclaron la casona. El primero tiene profundos conocimientos sobre elaboración de chacinados y embutidos. Desempolvó recetas de su padre y abuelo para comenzar a hacer charcutería de gran calidad bajo estrictos procesos manuales, tal cual como lo hacían los inmigrantes italianos. El fuerte aquí son las picadas: se exhiben chacinados únicos y 1001 frascos de conservas que no se consiguen en otro lugar que no sea aquí. “Servimos la Picada número uno de Uribelarrea, con fiambres artesanales y lo hacemos en la primera casa de picadas del pueblo rural de Cañuelas”, afirma Carello.
“La propuesta de nuestro menú es volver a los sabores de antes: rescatamos las antiguas recetas de chacinados de nuestros abuelos italianos para lograr fiambres de aromas y sabores notables”, agrega.
El periodista enogastronómico Pietro Sorba los eligió para hacer allí su línea de chacinados italianos, que completan la experiencia, aunque el menú no se limita a esto: también sirven carnes Premium. T-bones (bife con lomo), bife de chorizo, bondiola y chorizos y morcillas de elaboración propia. “También servimos nuestras pastas con tucos poderosos, como los de nuestras madres y abuelas”, advierte Narvaes. Huevos, leche, verduras, quesos de vaca, cabra y oveja: “Todo es local”, reafirma. Incluso el vino, que se elabora a pocos metros.
A 88 kilómetros de CABA
El Rincón de Donatella, en Magdalena
“La pasta es nuestro Padre Nuestro”, afirma categórico José Boffa, hijo de Donatella Petriella, de 84 años, que llegó de Italia a los 15 con un tesoro: las recetas de su pueblo Circello, en la provincia de Benevento, en la región de la Campania. Amasa pastas todos los días y la rellena con borraja que ella misma cosecha en el amplio patio de su restaurante. Un lugar de culto y peregrinación. “Son las mejores pastas del mundo, las de mi mamá”, confiesa su hijo.
Si ella dedicó su vida a la cocina, él no iba a desviarse del camino: se hermanó con el fuego y las carnes asadas. Al mando de la parrilla, madre e hijo sostienen un menú emocionante. El restaurante es una isla en medio de una plañidera soledad pampera. Está sobre la ruta 36, antes de atravesar una tierra inexplorada de Buenos Aires, la de la Bahía Samborombón. Fue una antigua posta de 1884: el edificio es considerable y evidencia con la importancia con la que construían años atrás. Sólido y vasto.
El tráfico es incesante, más allá del paraje (que solo incluye el restaurante y una escuela rural) está la ruta 11, y con ella, la costa. Las mesas están bajo una arbolada añosa, hay pocos elementos nuevos. El salón es antiguo y cómodo. “El menú es el de siempre: pastas de mamá y lechón al asador”, resume José.
La entrada, antipasto con vegetales de la propia huerta. Se tiene la sensación de estar dentro de una tenida de iniciados, los silencios y la tranquilidad propia del olvidado paraje, hacen de la ceremonia de comer aquí, un momento inolvidable. El postre es sencillo, pero abraza el corazón: flan casero. El fin de fiesta, dejar pasar el tiempo, despreocupados. “Acá te olvidas de todo”, concluye José.
A 96 kilómetros de CABA
Almacén CT&CIA, en Azcuénaga
Este pueblo renació a través de la recuperación de sus espacios más queridos. La esquina donde funciona el restaurante fue un antiguo almacén de ramos generales que ya estaba en pie en 1885 y hasta la década del 60 del siglo pasado dio vida a la localidad de 350 habitantes. La familia Coarasa atravesó gran parte de la historia de esta bella y dominante esquina. Sus descendientes aún están detrás de los fuegos y lo atienden.
Completamente reciclado, la construcción es un viaje en el tiempo. “Hacemos comida casera, simple y rica: parrillada, bife de chorizo, trabajamos con cortes frescos, las picadas tienen fiambres y quesos de la zona; las pastas son caseras”, afirma Alejandra Stopiello, esposa de Enrique Coarasa, el mayor del linaje.
“La vedette es la salsa Coarasa, de hongos remojados en malbec, que hacía nuestro padre y la cazuela de mariscos”, afirma este último. “Los postres, heredados de nuestra tía Tala, son exquisitos y se destaca la Secuencia del Almacén, una degustación de postres que puede ordenarse la para 4, 6 o más personas”, agrega Coarasa.
El salón es amplio, amable y luminoso. Las paredes, decoradas con la historia de la esquina y del pueblo. Algo llama la atención: platos colgados firmados por comensales agradecidos por el amor que le ponen a la cocina. “Nos encantan las historias, creemos que los objetos guardan recorridos familiares, sociales, comunitarios, así que nuestras paredes están repletas de ellos; cada uno tiene su propia historia”, afirma Stopiello.
Se los invita a los presentes a firmarlos, también la etiqueta del vino que se bebió, para luego exponerlos. “Que vengan a compartir un momento familiar como el día del padre es algo muy importante para nosotros”, confiesa Stopiello. https://g.page/AlmacenCTyCia?share
A 110 km de CABA
Restaurante Lacarra, en San Antonio de Areco
Una antigua casona palaciega en la entrada al pueblo gaucho se presenta como un portal al siglo XVIII. No hay fechas precisas, pero dicen que ya estaba allí en 1780. El Ejército Libertador de San Martín paró aquí. Las mismas palmeras que están en la plaza, están en la entrada de Lacarra. En este contexto histórico y rodeado de un jardín pletórico, alejado del ruido, se ubica un restaurante de campo sofisticado, cálido y distinguido, al que su pasado le da un resplandor propio.
“Se invita a comer en una profunda tranquilidad que reina en el ambiente —afirma su dueño Joaquín Gargano—. Nuestra especialidad es el tradicional asado al asador y pescados al horno de barro”, cuenta.
Barro, madera y muchos vidrios. Amplios ventanales expanden la mirada hacia el verde. El menú se amplía con provoleta primavera, mollejas con salsa de naranja y ron, espiral de entraña y panceta, ojo de bife al romero y un clásico: vacío al horno con papas. Existen opciones veganas. La entrada a San Antonio de Areco, a pocos pasos, sugiere hospedarse allí o sencillamente conocer uno de los pueblos más bellos de la provincia de Buenos Aires. Fachadas coloniales, museos, boliches y la costanera del río Areco. Sobran opciones.
A 120 kilómetros de CABA
Lo del Turco, en Ramón Biaus
“Es un lugar mágico y cálido”. Así define Paula Ares a su restaurante. Su historia es especial: vivía en la ciudad de Buenos Aires, tenía un trabajo de oficina en el microcentro y necesitaba una nueva vida. La encontró en esta esquina de este bello pueblo de la campiña chivilcoyana de 180 habitantes. Recuperaron junto a Ariel Canepa una emblemática esquina y abrieron en 2019. Desde entonces, Lo del Turco es un viaje a los mejores aromas de la cocina rural.
“Se destacan los sabores de campo”, advierte Ares. Enumera el menú: “Matambre de carne casero, fiambres regionales, chorizo seco, mortadela, berenjenas al escabeche, bondiola, jamón crudo, pan de campo casero, además de unas exquisitas empanadas de carne fritas. El plato principal es una parrillada completa con variados cortes como carne de cerdo, carne de vaca, vacío, asado y chorizo, acompañada de fritas y ensaladas”.
Cuando se habla de gastronomía rural, aquí se la recrea con una notable interpretación. La esquina es un cuadro, una postal, una entrada hacia los buenos recuerdos. Objetos y elementos con los cuales hemos compartido vida. “Los abuelos y los padres les cuentan a sus hijos que crecieron con ellos”, marcas, botellas, íconos de nuestra cultura.
Es un museo muy vivo, al que se le puso mucho amor y dedicación. Tiene un patio y lo mejor: estar dentro de un pueblo tranquilo donde sus callecitas arboladas sugieren una caminata pacífica. “El cliente se siente como en casa cuando entra, buscamos que sientan la calidez de un hogar”, afirma Ares. Lo logran, y con creces. No dan ganas de irse. En el restaurante además funciona un almacén donde se pueden adquirir productos y sabores del terruño. El plan perfecto.
A 190 km de CABA
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Fuente: La Nación Leandro Vesco